SOBRAN NACIONALISMOS Y ESCASEA INTERNACIONALISMO
A pesar de estar siendo azotados por una profunda crisis, los países industrializados siguen disfrutando de consumo desenfrenado mientras los países periféricos viven en la más profunda miseria. La globalización no está afectando a todos por igual y a cada país le ha tocado jugar el papel que dicho proceso le ha encomendado. Mientras Occidente ha sido el encargado de consumir, la misión de gran parte del planeta ha sido la de abastecer de forma masiva nuestro gasto ilimitado.
El derrumbe del comunismo en Asia
y la apertura de sus mercados al exterior, que coincidió con el triunfo y
consolidación de la corriente neoliberal en la economía de Occidente, permitió a
las empresas transnacionales, oprimidas desde hacía varias décadas por el yugo
regulador, encontrar un refugio de caos económico, en el que no se impusieron
trabas a la explotación laboral ni a la extracción masiva de recursos. Comenzó
entonces el principio del fin de la supremacía de los Estados sobre los
mercados en Occidente. Las multinacionales se multiplicaron y se convirtieron
en entes capaces de modificar las políticas de los Estados en su propio
beneficio. Les era tan fácil como amenazar a los gobiernos con trasladar las
fábricas de sus países a otros más competitivos. Competitividad, lejos de ser
algo totalmente favorable, significa reducir derechos laborales, bajar los
impuestos a las grandes fortunas, simplificar las barreras a la explotación de
recursos y a la contaminación, etc. Se estableció pues una competición, que
perdura hasta nuestros días y se encrudece cada año, en la que las naciones
luchan por ser las más atractivas a las grandes empresas. Es esa competición entre
gobiernos, e incluso entre trabajadores, la que está llevando a la destrucción
progresiva de los derechos por los que tanto tiempo se ha peleado. Esta
competición, unida a la libre circulación de capitales, provoca además que los
países se vean obligados a reducir los impuestos a las grandes fortunas para
que tributen en sus países.
Imagen con licencia creativecommons extraída de https://anticap.wordpress.com/2011/10/28/the-poverty-of-neoclassical-development-economics/
|
La solución recae en ampliar las
competencias y los recursos de las Naciones Unidas, en hacer de esta una
organización internacional mucho más democrática. No caigamos en el error de
considerar el proteccionismo como la solución al problema que ha supuesto esta
globalización; y digo “esta” porque considero que otra globalización es
posible. Es posible una globalización orientada al internacionalismo, esa
ideología que muchos partidos han despachado de su orden del día por considerarla
demasiado ambiciosa e ineficaz para ganar unas elecciones. Es necesaria una
globalización en la que el poder económico esté subordinado al interés general,
en la que exista libre competencia de verdad entre las compañías y en la que
unas pocas multinacionales no acaparen todo el mercado. Es indispensable una
globalización en la que la cooperación internacional y el comercio justo se
superpongan a la competencia entre naciones y la sociedad de consumo.
En relación a los países que han
quedado más rezagados en el proceso de la globalización, destaca el continente
africano que, pese a contar con mucha riqueza natural y con mucha mano de obra
desempleada y barata, no ha sido un territorio tan atractivo. Para entender
esto hay que remontarse hasta finales del siglo XIX: África era un continente
poco poblado en el que las personas no solían pasar hambre y las guerras allí
se limitaban a simples conflictos entre tribus. Fue con la llegada de los
europeos cuando las cosas se tornaron difíciles. Estos, que justificaron sus
acciones con una retórica paternalista, esclavizaron a la población indígena y
se repartieron el territorio estableciendo fronteras que dividían pueblos que
históricamente habían formado parte de la misma tribu o que habían convivido
pacíficamente. Los europeos llegaron incluso a forzar la separación “étnica” con el objetivo de dominar
a una parte de la población con la ayuda de la otra. La herencia de los
europeos en África fue un caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de
guerras civiles, genocidios como el de Ruanda y Estados fallidos como Somalia y
Sudán. Esto ha hecho de África un continente muy poco seguro, en el que a las
empresas no les conviene invertir.
Imagen con licencia creativecommons extraída de http://en.wikipedia.org/wiki/The_Rhodes_Colossus |
Imagen con licencia creativecommons extraída de http://commons.wikimedia.org |
SALVA FUENTES
LUCAS-TORRES
1º Bachillerato B
31/05/14
Comentarios
Publicar un comentario